martes, 9 de diciembre de 2008

Pensamientos en medio de un bosque lluvioso 9

Hilda adquirió consciencia de sí misma, al fín se encontró con suficiente lucidez para reconocerse atada de pies y manos, con la ropa interior de la señora Brodigner cubriéndole aquellas partes de su cuerpo que prefiere no mencionar. ¿Qué había sucedido? El recuerdo llegó a su mente como un tiro de gracia. ¿Qué diablos había hecho? ¿Por qué? ¿Cómo fue capaz de atreverse a semejante cosa? Inmediatamente notó la humedad en su entrepierna, la agitación de su corazón, el temblor que todavía ostentaba todo su cuerpo, el momento en que se le ofreció al doctor Brodigner. Su interior se llenó de profunda vergüenza e indignación mezcladas, los motivos también estaban mezclados: el escándalo por haberse desnudado frente a otro hombre diferente de su futuro esposo y el profundo dolor que le producía ser rechazada. Silencio en la habitación, los jadeos se han calmado, de repente, se abren las puertas del armario...

sábado, 15 de marzo de 2008

Pensamientos en medio de un bosque lluvioso 8

De arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba, el doctor Brodigner escrutaba con la mirada la figura palpitante de Hilda. Nuevamente; de arriba hacia abajo, de abajo hacia arriba. Los senos respirando en allegro, las venas azules de los brazos vibrando en contratiempo y un leve temblor en las redondas caderas separadas entre sí por una delgada línea de satín blanco. Hilda quieta, mirando fijamente al doctor se movía en cada detalle de su fisonomía como una sinfonía que va en crescendo y que pronto invadiría la generalidad de su cuerpo. Un gemido se escapó de su garganta, el sonido de su respiración se hacía cada vez más fuerte. Cerrar los ojos se le hizo inevitable. El doctor Brodigner, inmóvil en su sitio deseó sostener su copa en ese momento. Los dedos de los pies se retorcían como ratas en su madriguera, las mismas que se movían dentro del pecho de Hilda acelerándole la respiración, su corazón se quería salir. Sus manos y piernas atadas forcejeaban infructuosamente para soltarse pero lo único que lograba era maltratar sus articulaciones; esto la excitaba aún más. Su espina dorsal serpenteaba sobre sí misma y sus caderas con ella. Hilda jamás imaginó que aquella prenda interior que siempre había considerado tan inmoral, fuera tan perturbadoramente cómoda. Otro gemido se escapó de su boca, sus labios mutuamente se humedecían con saliva. El doctor Brodigner acercó una silla para sentarse pues había estado de pié la mayor parte del día, y ya que le era imposible recostarse en sus aposentos optó por tomar asiento. Los resortes del colchón crujían cada vez más fuerte con las convulsiones de Hilda. El doctor Brodigner, contrario a todo su haber, comenzó a sentir que iba a perder el control de sí mismo; esto le generaba gran frustración pues siempre había sido una situación incómoda para él resistir sus impulsos; sin embargo, también se trataba de una situación placentera pues le gustaba ponerse en contacto con su ser más primario. La presión en su pecho le hizo carraspear la garganta, era inevitable, sus impulsos iban a ganarle al frío raciocinio, noble y seguro. No aguantó más, se dejó invadir por la ira y se levantó de su silla, caminó hacia Hilda con pasó decidido pero ella ni siquiera lo vió, ella se encontraba jadeando y gritando en su propia fantasía; esto enervó más al doctor Brodigner y se vio obligado a despertarle. Tomó un vaso de agua que estaba sobre su mesa de noche y lo derramó todo en la cara de Hilda, pero a esta pareció no importarle pues continuó con sus gemidos y ojos cerrados. El doctor Brodigner levantó la mano y apuntó hacia la cara de Hilda, quiso lanzarle una palmada sonora y certera en la mejilla pero se controló. Tomó el vaso vacío, caminó hacia la puerta de la habitación y lo dejó caer. Las astillas de cristal se esparcieron por el suelo al tiempo que la puerta se cerró de golpe. Esa noche el doctor Brodigner durmió en el sofá de la sala, pensando en cómo haría pagar a Hilda su desagravio al no dejarlo descansar en su propia casa: francesa atrevida, ya verás.

martes, 19 de febrero de 2008

Pensamientos en medio de un bosque lluvioso 7

Con las manos unidas mediante esposas plateadas, y estas a su vez fijas a través de un lazo con sendos extremos de la cabecera de la cama; los brazos de piel blanca unidos, entrelazados y estirados completamente sobre la cabeza de negra cabellera. Los ojos mirándole fijamente, mejillas sonrosadas y la boca medio abierta que dejaba ver parte de una dentadura bien cuidada. Cuello tenso y largo, clavículas perfectamente forradas por piel blanca y suave y un formidable par de senos cubiertos por un delicado corpiño de encaje que parecía estarse estrenando en ese momento. Los senos moviéndose de arriba abajo, efecto de la respiración agitada, un juego de costillas que armaban una caja torácica pequeña, un abdomen igualmente blanco y plano, cuyo único accidente era un ombligo diminuto y perfectamente redondo (era el mayor orgullo de Hilda; su ombligo excesivamente cuidado durante los primeros meses luego de su alumbramiento, atendido por el mejor cuidador de ombligos de San Petesbusrgo). Vientre y monte de Venus igualmente palpitantes, no sólo debido a la respiración, sino a fuerzas más oscuras que revoloteaban dentro de su ser y que no podían ser disimuladas por la pantaleta de encaje blanco. Muslos largos y fuertes, cubiertos por suaves medias veladas, separados entre sí, debido a que cada pié estaba fuertemente atado a cada uno de los extremos inferiores de la que el común de las personas denominaba, la cama del doctor Brodigner. Así reposaba Hilda, próxima a contraer el apellido Aronnax, mordiéndose el labio inferior y con una extraña iluminación en sus ojos que capto la atención del doctor Brodigner, pero sólo por un momento.

lunes, 11 de febrero de 2008

Pensamientos en medio de un bosque lluvioso 6

El doctor Brodigner, con su característica sonrisa que gustaba a unos, y fascinaba a otros, contaba los escalones pacientemente mientras bajaba hacia la planta baja. Al pisar cada escalón de madera, entrecerraba los ojos y mordíase levemente su labio inferior al escuchar bajo sus pies la vibración y el sereno crujir de las fibras de comino crespo. A pesar de que toda su casa estaba tapizada con esta madera, sólo en las escalas se detenía, desde que era niño, a escuchar las crocantes tablas. Respiraba profundo y suspiraba siempre que llegaba al piso, recordando el rugido de la madera centenaria crujiendo en su cerebro, alebrestando sus recuerdos. La copa iba vacía en su mano derecha (siempre bebía de la misma copa desde que sus padres reservaron un juego de losa sólo para él, al contraer hepatitis a los doce años). Dejó la copa sobre el chifonier y se dirigió a su habitación. Al abrir la puerta le resultó inevitable levantar su ceja izquierda y su característica sonrisa creció, pero sólo un poco más de lo normal al ver lo que acontecía en el espacio que el común de las personas denominaba, su habitación.

miércoles, 6 de febrero de 2008

Pensamientos en medio de un bosque lluvioso 5

La señora Brodigner todavía temblorosa, abrió finalmente sus grandes ojos cafés y una gran sonrisa era dibujada por sus carnosos labios escarlata. Miró hacia la puerta del cuarto de baño y lo único que vio fue esta cerrándose suavemente. Nuevamente sonrió. –Monsieur Aronnax, ¿sería tan amable de dejarme sola? No quiero verle más-. El francés que todavía conservaba en su boca el sabor íntimo de la Brodigner frunció el ceño y comenzó a besarle el dedo gordo del pié derecho. La señora Brodigner lo alejó y le golpeó la cara con el talón. Aronnax se puso de pie inmediatamente y salió de la bañera pegando un brinco, buscó por toda la habitación y lo único que encontró a la mano fue una de sus pantuflas junto a la bata de baño. La tomó con determinación y volvió hacia la blanca dama con la pantufla alzada, respirando agitado y apuntando el golpe sobre la dentadura de marfil de quien creía su amante; sólo ahí reparó en que ella, con sus manos bien escondidas entre sus piernas, se hacía presa dichosa de un nuevo orgasmo. Se quedó observando en silencio pero entre suspiros y sollozos, la señora Brodigner le dijo: -Vete, o si no la próxima vez invitaré a tu esposa, que me comprende mejor-.

lunes, 4 de febrero de 2008

Pensamientos en medio de un bosque lluvioso 4

Hilda, acostada inmóvil sobre el suelo de madera del desván, escucha atentamente lo ocurrido en el baño principal de la residencia Brodigner. Ella sabe que él está allí, que él es quien ha arrebatado de la garganta de la señora Brodigner los más envidiables alaridos… ¿Por qué simplemente no se los regalaba a ella también? ¿Por qué tenía que gastar toda su energía y potencia en una señora rica y mantenida, a quien le importan más sus bucles finamente peinados, que la ortografía del propio nombre Aronnax? Hilda sabía muy bien esta ortografía porque era la prometida del hombre que acababa de realizar un récord de buceo entre las piernas de la señora Brodigner. Hilda también sabía que Aronnax la deseaba igual o más que la dama principal de la casa ¿Por qué Aronnax simplemente no se le lanzaba encima y hacía de las suyas? Hilda disfrutaba más escuchando a su hombre complaciendo a otra dama que respondiéndose esta pregunta elemental.

domingo, 3 de febrero de 2008

Pensamientos en medio de un bosque lluvioso 3

Agnes, la mucama, se encuentra revolviendo en el cuarto de su patrón, buscando al gato para darle su medicina. Sin esperarlo, la mujer se ha encontrado con una foto del doctor Brodigner cuando era adolescente, sosteniendo una escopeta, sonriendo orgulloso en un prado invernal. ¿Dónde había visto antes a este joven?